martes, 24 de septiembre de 2013

El hombre en busca de sentido, Victor Fankl.


 

  El doctor Frankl, psiquiatra y escritor, suele preguntar a sus pacientes aquejados de múltiples padecimientos: «¿Por qué no se suicida usted?» Y muchas veces, de las respuestas extrae una orientación para la psicoterapia a aplicar: a éste, lo que le ata a la vida son los hijos; al otro, un talento, una habilidad sin explotar ; a un tercero, quizás, sólo unos cuantos recuerdos que merece la pena rescatar del olvido. Tejer estas tenues hebras de vidas rotas en una urdimbre firme, coherente, significativa y responsable es el objeto con que se enfrenta la logoterapia. En esta obra, Viktor E. Frankl explica la experiencia que le llevó al descubrimiento de la logoterapia. Prisionero, durante mucho tiempo, en los desalmados campos de concentración, él mismo sintió en su propio ser lo que significaba una existencia desnuda. ¿Cómo pudo él que todo lo había perdido, que había visto destruir todo lo que valía la pena, que padeció hambre, frío, brutalidades sin fin, que tantas veces estuvo a punto del exterminio, cómo pudo aceptar que la vida fuera digna de vivirla? El psiquiatra que personalmente ha tenido que enfrentarse a tales rigores merece que se le escuche, pues nadie como él para juzgar nuestra condición humana sabia y compasivamente. Las palabras del doctor Frankl alcanzan un temple sorprendentemente esperanzador sobre la capacidad humana de trascender sus dificultades y descubrir la verdad conveniente y orientadora .


 Mi experiencia.
  El Hombre en busca de sentido, apreciado lector, no es una novela. Es un relato del holocausto llevado a cabo por Viktor Frankl, un psiquiatra que padeció el horror de los campos de concentración y que en un par de días revivió momento a momento un espacio de la historia que pareciera salir del mismísimo infierno, mientras esmeradas taquígrafas vertían al papel y, por lo tanto, a la memoria y al conocimiento universal,  su experiencia.
 El autor deja claro desde un primer momento que lo que busca con su texto no es narrar los horrores de la herida abierta más sangrante de la historia de la humanidad, sino explicar qué ocurría en el interior de los hombre y mujeres   prisioneros, despojados de todo menos de sí mismos,  a medida que iban pasando los días más oscuros de sus vidas.

  Es cierto, el libro se jacta de alejarse del morbo típico con el que se aborda el terror nazi, por ello lo leí, siento que este creciente uso de “las imágenes fuertes”, lo explícito y la hiperemocionalidad para atraer público me repugnan un poco. Sin embargo, el libro no carece de pasajes escabrosos y abyectos, en donde no sabes si llorar a mares o vomitar y a través de los cuales nuestra capacidad de asombro revive ante las infinitas posibilidades de la humanidad, tanto de bondad como de maldad.
 Más valorable aún es que el dr. Fankl jamás se victimiza y se reconoce un suertudo por haber huído de los dedos de la muerte tantas veces.

 Hay ciertos pasajes que se grabaron a fuego en mi cabeza, además de aquéllos obvios en donde la imaginación te hace visualizar escenas terroríficas y sangrientas llenas de deshumanidad. Son frases que quedarán en mi registro de aprendizajes para la vida: “los mejores de entre nosotros no volvieron (de los campos de concentración)”. Estas palabras resumen la esencia del libro a mi parecer. El autor quiere demostrar cómo la libertad humana está viva aún en esos espacios en que pareciera que al hombre ya no le queda nada propio, pues sigue siendo capaz de elegir el bien, sacrificarse por otros y darle completo sentido a la vida.

  Este libro es una experiencia. Lo leo por segunda vez ahora que siento que mi criterio lo digiere mucho mejor. Es un texto que prueba nuestra capacidad de “observar” el dolor ajeno con madurez y nuestra empatía. Es también una instancia de aprendizaje histórico, sociológico y psiquiátrico (el autor es el creador de la Logoterapia, terapia psicológica basada en la búsqueda del sentido de la propia existencia y este libro es también una especie de introducción ella) y una oportunidad de sentir tanta rabia y también tanto asombro por la capacidad del ser humano de aguantar  o por lo impredecible su actuar.
  Por último, quiero agregar que existe una película que amo y que seguramente  usted conoce: La lista de Schindler.  Su fotografía y las actuaciones son maravillosas y me gusta precisamente porque carece de morbo e impacta profundamente aún con ello. A diferencia de El Pianista, por ejemplo, película  que recurre precisamente a esa hiperemocionalidad y crudeza que, señor lector, el mundo cree que es lo único que lo moverá. No permita que eso pase. 

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